La primera escena de Soul de Disney me parece muy representativa: Joe, el protagonista, va saliendo de una clase de música que enseña en la escuela cuando es sorprendido por la directora de la misma –“Quería darle en persona una estupenda noticia.– le dice– No más tiempo parcial para usted. Ahora es nuestro maestro de banda, de tiempo completo. Un trabajo fijo. También seguro médico, pensión. […] Bienvenido a la familia feliz de profesores por muchos años.– A lo que Joe responde políticamente “Gracias” pero con una cara de recluso a punto de entrar a la cárcel.
A principios de año, OCC publicó en su Termómetro Laboral que el 51% de los trabajadores han admitido que uno de sus propósitos de Año Nuevo es cambiar de trabajo. Seguramente muy pocos de ellos pasarán de la consideración a la ejecución, pero esto indudablemente nos habla de insatisfacción. Me encantaría tener un dato aun más serio que esto, pero tú piénsalo: ¿qué porcentaje de la gente que tienes cerca realmente ama su trabajo? ¿Tú amas tu trabajo? ¿Amas lo que haces en esas cuarenta –o más– horas por semana?
Hace un par de semanas mencioné en la sección de Food for Thought una frase citada por Gina Jaramillo en el podcast de Ana Victoria García: “Somos el tiempo que nos queda”. La frase me voló la cabeza. Va más allá del “somos lo que hacemos”: en ese hacer puede haber mucha desconexión con nosotros mismos y vivimos como si el tiempo no fuera un bien escaso. Vivimos dormidos en la farsa de nuestros propósitos sin vivir el proceso. Farsa porque no existen: los propósitos son solo ideas que nos hacen mover el timón –y que muchas veces son del ego–, pero la verdadera vida está en el proceso. Recordé también una frase que hace tiempo dijo Juan Lombana con
en entrevista: “¿Qué me va a dar la meta que no me da el proceso?”Esas metas, esos propósitos, son excelentes brújulas pero solo para quienes realmente los definen desde su más profunda esencia y no desde el ego. ¿Cuánta gente que tiene el privilegio de tener opciones laborales, o hasta cierta libertad financiera, no deja un trabajo que le resta tan solo porque quiere convertirse en el próximo CEO? O peor aún: muchos pasamos entre ocho y diez horas al día trabajando por el propósito de otro, y uno que es muy lejano al nuestro. Enhorabuena a aquellos que tienen la fortuna de trabajar para propósitos ajenos que verdaderamente pueden tomar como propios. No son la mayoría.
Jake Napp y John Zeratsky, los creadores de la metodolgía Sprint de Google Adventures, escribieron sobre sus aprendizajes acerca de cómo utilizamos el tiempo en el trabajo en su libro Make Time. En este, además de muchas valiosas ideas, Jake nos comparte una verdad que, si la leemos con atención, es una fuerte cachetada –o un limpio puñetazo:
“Being more productive didn’t mean I was doing the most important work; it only meant I was reacting to other people’s priorities faster.”
¿Qué es ser productivo y hacer un trabajo importante? No se qué piensa la mayoría de la gente, pero sí se qué he pensado yo cuando me he visto envuelta en una rutina laboral de más de cincuenta horas a la semana dedicadas a algo que no me apasiona: NADA. Simplemente no lo pensaba. Me vanagloriaba por estar trabajando a las diez de la noche, como si eso fuera digno de reconocerse. O quizás creía de manera superficial que estaba “haciendo un trabajo importante” porque iba a vender más proyectos, o ganar más promociones, reconocimientos, palmaditas en la espalda.
Lo que es importante cada quien lo define a partir de sus verdaderas prioridades. Y esto sólo puede lograrse desde el autoconocimiento. Sólo así nos podemos quitar las máscaras de los títulos nobiliarios que nos da la empresa en la que trabajamos y perseguir nuestros sueños reales. El trabajo es parte de la vida y no podemos separar lo laboral de lo personal: la forma en que utilizamos nuestro tiempo es lo más personal que existe. Las decisiones que tomamos acerca de lo que hacemos son solo nuestras, aunque muchas veces no nos damos cuenta de esto.
¿Cuáles son tus prioridades? TUYAS, no las de tu ego. Probablemente no nos preguntamos esto por miedo a hacer las cosas a nuestra manera; a nuestra más autentica manera. El camino de la autenticidad puede ser solitario y abrumador, pero elegir desde la conexión con nosotros mismos tiene los retornos más enriquecedores. El “trabajo” verdadero no debería estar en las prioridades de los demás, debería ser en nosotros mismos.
Food for Thought
En la semana escuché un episodio muy interesante de hace un par de meses en My Wildest Prediction con el Ministro de Finanzas de Grecia, Yanis Varoufakis. Algo había escuchado de su punto de vista acerca de “la muerte del capitalismo” y cómo éste da paso a un “tecno-feudalismo”. Pero con su personalidad desafiante y directa, me hizo reflexionar en una paradoja del mundo actual: por un lado, las grandes empresas de tecnología están democratizando el acceso a ciertos mercados a través de sus plataformas. Y en esta “democratización” parece haber un mundo extremadamente diverso en opciones. Sin embargo, a final de cuentas toda esta diversidad es controlada por un puñado de personas. Pensamos poco en las implicaciones de esto. Yo me considero una entusiasta de la tecnología y optimista en relación a la era que vivimos, pero al mismo tiempo me parece siempre valioso escuchar el punto de vista de quienes no son tan optimistas y no dejar de cuestionar lo que creemos.
En la semana fui a un encuentro presencial con una comunidad a la que pertenezco después de haber asistido un fin de semana a Wealth Mastery: la Wealth Tribe. Estuvo como invitado Arturo Lomelí, creador del tequila Clase Azul. Nos contó la historia de su negocio y cómo fue evolucionando hasta ser una marca cuya misión es dar a conocer la riqueza de México en el mundo a la vez que desarrolla a su organización como un conjunto de personas cada vez mejores. En este contexto, y por la influencia que ha logrado tener tanto en la industria como en la gente que trabaja con él, nos compartió su definición de poder: el poder –dijo– es, en realidad, “poder transformarnos para entonces influir en los demás”. Definitivamente no podemos influir en los demás sin autenticidad, sin trabajo personal. Quien tiene poder desde el ego o con máscaras ejerce un poder efímero.